martes, 26 de mayo de 2009

Historia de una Ida y una vuelta


Martes. Un día importante para el estadounidense común. Las votaciones son los días martes en el país del norte. Se anuncian y lanzan productos masivos de toda índole, también los martes. Día que se repite en los estrenos de discos musicales, películas y libros de alto consumo. Quizás en esta tradición se enmarca la decisión de elegir el día martes 19 de mayo de 2008 como la fecha del anuncio “más importante de la historia del hombre”. Ese día se armó una conferencia de prensa en el edificio del Museo de Historia Natural de Nueva york donde se arrojaron a los medios algunas frases de bronce como “esto es el Santo Grial de la paleontología” o “un descubrimiento que revolucionará el entendimiento de nuestra propia evolución”.

El evento se preparó para dar a conocer el hallazgo del “eslabón perdido” de Darwin, pieza faltante para su teoría de la evolución que relaciona al hombre con el resto de los animales en una cadena evolutiva que llamó “selección natural”. El eslabón sería un fósil del esqueleto de un primate lemuriforme que data de hace 47 millones de años, de género femenino descubierto en Messel, Alemania, en el año 1983, que hasta hace dos años fue reunido por los investigadores quienes desde entonces han estudiado el material. El fósil fue bautizado cariñosamente como Ida y científicamente como Darwinius Masillae. Éso no fue todo lo que anunciaron, además se promocionó un documental por The History Channel y un libro con un título bastante vendedor “The Link” (el eslabón). Inevitablemente recuerda la campaña en los medios dada por los responsables de la investigación del “Evangelio de Judas” y no sé si me gusta esta forma de propaganda.

A continuación, lo que me causa extrañeza.

Cada día, con poco buscar entre las últimas noticias podemos encontrar artículos sensacionalistas, historias magnificadas por los medios o líneas editoriales que se escapan en la radicalización de sus ideas. Pero aceptamos esto y entendemos que las noticias son un producto como el de cualquier otra industria y reconocemos este factor eligiendo nuestra fuente de información más representativa. Lo antes dicho se refleja en noticias que aseguran declaraciones que nunca fueron vociferadas o, cual es la típica defensa, fueron sacadas de contexto. Los científicos, por otro lado, son los llamados siempre a ser rigurosos, primero por sus pares y luego por toda la opinión pública que cree y financia sus investigaciones. En el caso de Ida se invirtieron notablemente los papeles, con aseveraciones grandilocuentes y llenas de espectáculo sin siquiera pasar por el cedazo de la comunidad científica. En las antípodas, la prensa trató el anuncio, a pesar de la embriagadora producción, con insospechada cautela, repitiéndose alrededor del mundo los signos de interrogación en los principales titulares sobre la noticia en cuestión.

Cautela faltó, pero muchas veces hemos agradecido la soberbia apabullante de los científicos, quienes requieren de una cuota de egolatría para lograr los magníficos avances que sirven al progreso. Pero precisamente esta actitud reaviva en este tema una de las peleas más acérrimas en la historia de la humanidad: Ciencia versus Religión. En este caso particular, Evolucionistas contra Creacionistas (o proponentes del Diseño Inteligente).

Normalmente se declara a los Creacionistas en desventaja argumentativa porque no pueden respaldar sus supuestos más que con la Fe. Sin embargo --y notar que no estoy defendiendo el Creacionismo, sino poniendo las dos vertientes en perspectiva-- reparemos en un dato interesante. Desde comienzo del siglo XX, el método más confiable y ampliamente aceptado por la comunidad científica para determinar la edad de los fósiles y rocas es la datación radiométrica basada en un dato conocido tal como la vida de un isótopo radioactivo, como el carbono-14 para los restos orgánicos de menos de 60.000 años. Para que la datación sea precisa cuando hablamos de millones de años de antigüedad se utilizan otros isótopos y deben darse algunos factores condicionantes: 1. el elemento radioactivo ha decaído a una tasa constante; 2. el espécimen en estudio no ha sido contaminado con radiación del isótopo examinado; 3. el espécimen no tuvo contacto en su periodo de vida con productos radioactivos; y 4. el elemento examindo no ha sido absorbido o retirado. ¿Y cómo sabe un científico que todas estas condiciones se mantuvieron durante millones de años? La respuesta es que no lo sabe, lo supone como parámetro fundamental de su teoría. El científico hace un acto de fe, por lo tanto.

¿La ciencia contra la fe? Permítanse el silogismo.

Si en la ecuación primordial de este hallazgo hay una cuota tan masiva de supuestos, ¿por qué se hace una campaña mediática para saltar tan decididamente a una aseveración gigante como haber descubierto el eslabón perdido, cuando incluso Darwin trató su propuesta como teoría? Aunque la propia comunidad científica hace de contrapeso ante noticias como éstas, lo que se agradece, lo más probable es que la respuesta sea el industrialismo que ilustraba anteriormente. El producto, damas y caballeros. Si a ello le sumamos soberbia y egolatría, la ecuación me cuadra perfectamente.

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