lunes, 8 de septiembre de 2008

¡Me va a chupar el hoyo negro!

¿A alguien le cabe alguna duda de que la raza humana está programada para la fatalidad? Desde que el hombre es hombre se han tejido historias de un futuro negro que está a la vuelta de la esquina y que amenazaría la vida o el orden como lo conocemos. Sin ir más lejos, el Nuevo Testamento nos brinda el Libro de las Revelaciones, más conocido como el Apocalipsis, que está lleno de presagios oscuros a la orden de la época en que se lean. Del mismo modo, religiones como el judaísmo, el hinduismo, budismo y otras declaran que para alcanzar la gracia eterna se debe pasar antes por una no despreciable cuota de sufrimiento.

Para los no creyentes también hay una gama amplia de funestos designios preparados y colados: Nostradamus, el Calendario Maya, la numerología, la astrología, los libros, películas y espectáculos.

En la antigüedad era más justificable esta manera de percibir el devenir. Una reacción muy normal es temer a lo desconocido, entonces era de esperarse que un eclipse de sol despertara los más sombríos pensamientos. Sin embargo, en la actualida, en la era de la información, una fruslería tan banal y autoimpuesta como es la numeración del Calendario Gregoriano nos sigue planteando escenarios de caos y malos augurios. Tal fue el caso del año nuevo del 2000. Y seguramente tal fue el caso en el año 1000, en el año 1666, incluso en el año 1984, que gracias al libro de George Orwell se transformó en una fecha emblemática para quienes aguardan el fin de los tiempos.

Esta fatalidad resurge en nuestros días de la mano de la ciencia y sus límites intangibles. La excusa perfecta para revalidar nuestros miedos del Armagedón.

El día 10 de septiembre del año 2008 se planificó el comienzo en producción del LHC, el Gran Colisionador de Hadrones que se transformó en el acelerador de partículas más grande de la historia de la humanidad. 27 kilómetros de un túnel en forma de anillo que promete revolucionar la forma de entender al universo y la materia, desde la frontera franco-suiza en las cercanías de Ginebra, sede del CERN (Centre européen de recherche nucléaire, o Centro Europeo de Investigación Nuclear).

Para comenzar a entender, existen misterios del universo que no pueden ser explicados más que con teorías o hipótesis, algunas tan extravagantes que la ciencia ficción queda chica. La materia oscura (sustancia predominante en el universo) y el comportamiento de los hoyos negros son explicados mediantes conjeturas que, mientras no sean plenamente comprendidas, seguirán situando al ser humano en la incertidumbre. En la oscuridad tan completa como las materia en estudio.

Para acortar la pila de materias desconocidas, el CERN decidió hace 15 años construir un acelerador de partículas donde poder estudiar de forma controlada el comportamiento de la energía y la materia en situación de bombardeo de protones. Donde poder crear hoyos negros al alcance de la mano. Donde jugar a dioses.

Muchos científicos, más de seis mil de todas partes del mundo, han estado trabajando para que el proyecto sea un éxito. Lamentablemente, por muy calculado que esté todo, estos científicos son humanos. Sí, de la especie que ha hecho del error un pasatiempo. Estos mismos científicos ya nos probaron su humanidad el 27 de marzo de 2007, día en que hubo una explosión en el túnel del LHC que llenó de helio, polvo y pavor las instalaciones del complejo con una desintegración de veinte toneladas de magneto. El LHC debió haber partido en el verano boreal de 2007, obviamente hubo que replanificar. Las investigaciones conducidas para dilucidar el contratiempo fueron muy humanas, también: una falla de matemática básica dio origen al problema.

Seis mil genios de lo más selecto de la comunidad científica internacional reunidos para el megaproyecto más importante del mundo son desnudados en su humanidad y puestos al escrutinio público más irremediable. La pérdida de confianza.

Y aquí es donde tienen cabida las historias más apocalípticas en relación al LHC. El CERN ha reconocido que si todo anda de acuerdo a lo esperado y supuesto, dentro del túnel se creará un agujero negro por segundo. Pero éstos serán inestables pues desaparecerán tan rápido como surgieron, evaporándose en el ambiente controlado. Lo malo está en que esto jamás ha sido observado por nadie en el universo y es sólo un buen supuesto. 

Hay quienes están gritando a los cuatro vientos que por su propia definición los agujeros negros son estables, por lo tanto, atienden a la primera ley de la termodinámica que dice que nada se destruye. De ser así, la creación de un agujero negro se traduciría en una creciente absorción gravitatoria que acabaría con la Tierra en menos de siete minutos. ¿Absurdo? Puede ser, pero quizás en igual medida que la idea de ver "evaporarse" a estos hoyos negros.

El colisionador de hadrones partirá con una prueba de funcionamiento cuando se le inyecten haces de protones. Meses después se va comenzar con las colisiones a temperatura controlada. Pero ya andan rondando en Internet las profecías de Nostradamus que se pueden atribuir a un acelerador de partículas generando el último tránsito de nuestro planeta por el Sistema Solar. Otros hacen coincidir el fin del Calendario Maya con estos tiempos (2012, en realidad). Y muchos más apuntan con el dedo a la irresponsable actitud del CERN y sus patrocinadores al conducir un experimento del cual no saben los resultados últimos.

No queda más que confiar nuestra humanidad de más de seis mil millones a los seis mil científicos que, esperemos, saben lo que hacen. Pero ¿quién les da atribuciones tan amplias? ¿La ciencia tiene todo bajo control? ¿Se ha hecho una evaluación de riesgo por parte de entidades externas?

Ojalá no sea éste un error humano del que no podremos aprender.



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